Bellas, coloridas y con un peso inferior a medio gramo pueden realizar migraciones masivas de miles de kilómetros entre México y Canadá.

Las mariposas brindan un servicio indispensable para la vida en nuestro planeta: la polinización de las flores.

El 80% de los cultivos que nos brindan alimentos, bebidas, medicinas, tintas y fibras, dependen de ellas y otros agentes polinizadores.

Para llegar a brindarnos tales servicios, estas extraordinarias aliadas de la humanidad deben primero atravesar una formidable transformación: su metamorfosis.

El ciclo de vida de las mariposas fue descubierto y sistematizado en 1660 por María Merian, una joven alemana de tan sólo 13 años.

Diez años después María publicó una obra con 50 magníficas ilustraciones de todas las etapas de desarrollo de las mariposas.

Lo que por primera vez allí se describía no sólo cambió la perspectiva de la biología: nos legó una enseñanza que aún conserva plena vigencia.

El ciclo de vida de una mariposa está compuesto siempre por cuatro etapas: huevo, oruga, crisálida y, finalmente, mariposa adulta.

A lo largo de esos diferentes estados su cuerpo muta por completo, al punto de parecer un animal distinto, pudiendo incluso llegar a cambiar de género.

La superación de cada una de las etapas implica nutrirse del estado anterior para luego dejarlo definitivamente atrás.

Estas transiciones constituyen un poderoso símbolo de esperanza: la posibilidad cierta de dejar atrás determinadas cadenas para alcanzar formas de vida más plena.